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Los jinetes se lanzaron en un furioso galope contra los monstruos
reptilianos de Pió, blandiendo espadas y lanzas. Sus gritos llegaron hasta Elric, que
sobrevolaba la escena. Los monstruos rugieron y abrieron sus enormes
mandíbulas, mientras sus amos apuntaban con sus adornadas armas a los jinetes
de Tanelorn. Las bocas de los cañones escupieron unas llamaradas y los jinetes
dieron terribles alaridos al ser devorados por el fuego cegador.
Elric, horrorizado, ordenó al ave de plata y oro que descendiera. Y, al fin,
Theleb K'aarna advirtió su presencia y tiró de las riendas de su caballo con un destello
de miedo y rabia en los ojos.
¡Estás muerto! ¡Tú estás muerto! Las grandes alas del ave batieron el aire
sobre la cabeza del hechicero de Pan Tang.
¡Estoy vivo, Theleb K'aarna, y vengo a destruirte de una vez por todas!
¡Entrégame a Myshella!
Una mueca de astucia cubrió el rostro del hechicero.
¡No! ¡Destrúyeme y ella morirá también! Seres de Pió, desencadenad toda
vuestra fuerza sobre Tanelorn. ¡Arrasadla hasta que no quede piedra sobre piedra y
demostradle a ese estúpido lo que podemos hacer!
Los jinetes reptilianos apuntaron sus armas de extrañas formas contra
Tanelorn, en cuyas almenas aguardaban Rackhir, Moonglum y los demás.
¡No! gritó Elric . ¡No puedes...!
En las almenas de las murallas se advertían unos destellos. Por fin, los
defensores estaban desplegando los estandartes de bronce. Cada uno de ellos, al ser
desplegado, emitió una purísima luz dorada hasta que un inmenso muro de luz se
extendió a todo lo largo de las defensas, impidiendo ver los propios estandartes y a
los hombres que los sostenían. Los seres de Pió apuntaron con sus armas y
dispararon chorros de fuego contra la barrera de luz, que los repelió de inmediato.
Theleb K'aarna enrojeció de ira.
¿Qué es esto? ¡Nuestros hechizos terrenos no pueden contrarrestar el poder
de Pió!
Elric le dirigió una sonrisa con expresión enfurecida.
Esto no es obra de nuestra hechicería, sino de otra que sí puede resistir a la
de Pió. ¡Pronto, Theleb K'aarna, entrégame a Myshella!
¡No! Tú no cuentas con esa protección que has proporcionado a la ciudad.
¡Seres de Pió, destruidle!
Y, al tiempo que las armas empezaban a apuntarle, Elric arrojó la primera de
las saetas de cuarzo. La flecha voló recta hacia clavarse en el rostro del jinete
reptilesco que encabezaba la columna. Un agudo lamento escapó de los labios del
jinete al tiempo que alzaba las manos hacia la flecha, que se le había incrustado en el
ojo. La bestia a cuyo lomo viajaba el jinete se encabritó, pues era evidente que su
dueño apenas podía controlarlo. El animal volvió grupas a la luz cegadora de
Tanelorn y se alejó por el desierto a la carrera, con un galope que hacía vibrar la
tierra, mientras el jinete muerto caía al suelo. Un chorro de fuego estuvo a punto de
alcanzar a Elric y éste se vio obligado a ganar altura al tiempo que arrojaba otro
dardo y atravesaba el corazón de otro de los jinetes. De nuevo, la bestia que éste
montaba quedó fuera de control y siguió a su compañera en su huida por el desierto.
Sin embargo, aún quedaba una decena de jinetes de Pió y Elric vio que todos ellos
volvían sus armas contra él, aunque les resultaba difícil apuntar pues sus monturas
se mostraban inquietas y trataban de acompañar a sus dos compañeras huidas.
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Elric dejó que el ave de metal amagara y maniobrara entre el fuego cruzado de las
armas enemigas y arrojó otra flecha, y otra más. Notó las ropas y el cabello
chamuscados y recordó otra ocasión en la que había cabalgado a lomos del ave
de plata y oro sobrevolando el mar Hirviente. Parte de la punta del ala derecha de
su montura se había fundido y su vuelo era un poco más errático, pero el pájaro
de metal continuó zigzagueando entre los chorros llameantes mientras Elric
continuaba arrojando las flechas de cuarzo sobre las filas de los seres de Pió.
Entonces, de pronto, sólo quedaron con vida dos de ellos que, a toda prisa,
dieron media vuelta a sus monstruosas monturas para escapar del lugar pues, en
sus inmediaciones, había empezado a surgir una nube de desagradable humo azul
en el lugar que había ocupado Theleb K'aarna. Elric lanzó las últimas saetas contra los
reptiles de Pió y les dio de lleno en la espalda. Por fin, sobre la arena sólo quedaron
cadáveres.
Cuando el humo azul se dispersó, sólo quedaba allí el caballo del hechicero.
Y, junto al corcel, apareció otro cadáver. Era el de Myshella, la Emperatriz del Alba.
Theleb K'aarna la había degollado antes de desaparecer, sin duda con la ayuda de
algún conjuro.
Abrumado, Elric descendió montado en el ave de plata y oro mientras la luz
dorada de los muros de Tanelorn iba desvaneciéndose. El albino desmontó y vio unas
lágrimas oscuras en los ojos de esmeralda del pájaro fabuloso. Dio unos pasos y se
arrodilló junto a Myshella.
Un mortal corriente no podría haberlo hecho, pero la hechicera de
Kaneloon abrió los ojos y murmuró unas palabras, aunque tenía la boca anegada de
sangre y resultaban difíciles de comprender.
Elric...
¿Podrás vivir? le preguntó él . ¿Conoces algún poder que...?
No, no sobreviviré. Muerta estoy ya, sin remedio, en este mismo
instante. Pero te servirá de algún consuelo saber que Theleb K'aarna se ha ganado
el desdén de los grandes Señores del Caos. Éstos no volverán a ayudarle como han
hecho en esta ocasión, pues ante sus ojos ha demostrado ser un incompetente.
¿Dónde ha ido? ¡Le perseguiré y acabaré con él la próxima vez, lo juro!
Estoy segura de que lo harás, pero no tengo idea de adonde ha ido.
Escucha, Elric: yo estoy muerta y mi obra está amenazada. Llevo siglos
combatiendo al Caos y ahora me parece que el Caos va a incrementar su poder.
Muy pronto tendrá lugar la gran batalla entre los Señores del Orden y los Señores
de la Entropía, los hilos del destino se han enredado mucho y la estructura misma
del universo parece a punto de transformarse. Tú tienes un papel en todo ello... un
papel... ¡Adiós, Elric!
¡Oh, Myshella!
¿Está muerta? inquirió la voz del ave de metal en tono apesadumbrado.
Sí.
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