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caiga nada.
Capítulo XXIV
Yerra el que piensa que el dar es acción fácil: mucho tiene de dificultad el dar con
juicio, y no derramar acaso y con ímpetu. Con las dádivas granjeo a éste, pago al otro: a
éste socorro, de aquél me compadezco, al otro adorno, haciendo que la pobreza no le
destruya ni le tenga impedido. A algunos dejaré de dar, aunque les falte, conociendo que
por mucho que les dé, les ha de faltar: a otros les ofreceré, a otros colmaré. No podré en
esto ser descuidado, porque nunca con mayor gusto hago obligaciones que cuando
reparto dádivas. Dirásme: pues ¿qué haces en eso, si das para volver a recibir, y nunca
para pedir? Aunque la dádiva se ha de poner en parte que no se haya de volver a pedir,
hase de poner donde ella pueda volver. Colóquese el beneficio como el tesoro escondido
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Lucio Anneo Séneca Tratados morales
en parte secreta, que no le saques sino es cuando la necesidad te obligare. ¡Qué gran cosa
es ver la casa de un varón rico! ¡Cuántas ocasiones tiene de hacer bien! ¿Quién llama
liberalidad la que sólo se hace con los togados? La naturaleza manda que ayudemos a los
hombres: pues ¿qué importa sean esclavos o libres, nobles o libertinos y que éstos lo
sean, o por justa libertad, o por la dada entre amigos? Dondequiera que hay hombre, hay
lugar de hacer beneficio. Podrá también distribuir su dinero dentro de su misma casa, y
ejercitar en ella su liberalidad: la cual no se llama liberalidad, porque se debe a los
hombres libres, sino porque el dar sale siempre de ánimo libre; y nunca la ejercitan los
sabios con personas torpes e indignas, ni jamás se halla tan agotada que, si llegare algún
benemérito, deje de manar como si estuviera llena. No hay, pues, para qué sintáis mal de
lo que virtuosa, fuerte y animosamente dicen los amadores de la sabiduría, y ante todas
cosas, advertid que es diferente el ser amador de la sabiduría, o haberla ya conseguido. El
primero te dirá: «Yo hablo bien; pero hasta ahora estoy envuelto en muchos males: no me
pidas que viva conforme a mi doctrina, cuando estoy formándome y levantándome para
ser después un grande dechado: si llegare a conseguirlo, como lo he propuesto, pídeme
entonces que correspondan los hechos con las palabras.» Pero el que ya llegó a conseguir
la perfección del bien humano, tratará contigo de otra suerte, y te dirá que ante todas
cosas no te tomes licencia de juzgar a los mejores que tú. Diráte asimismo: «A mí ya me
ha tocado el desagradar a los malos, que es argumento de que no lo soy; pero para darte
razón de cuán poca envidia tengo a ninguno de los mortales, escucha lo que te prometo, y
lo que a cada uno estimo. Niego que las riquezas son bien, porque si lo fueran, hicieran
buenos; y como no se puede llamar bien el que asimismo le tienen los malos, niégoles
este nombre.» Pero tras todo eso confieso que se han de tener, y que son útiles, y que
acarrean grandes comodidades a la vida.
Capítulo XXV
¿Pues qué razón hay para no ponerlas entre los bienes? ¿Y qué cosa les atribuyo más
que vosotros, pues todos convenimos en que es bueno tenerlas? Oíd: ponedme en una
casa muy rica, y en ella mucho oro y plata para igual uso. No me estimaré por estas
cosas, porque aunque están cerca de mí, están fuera de mí. Llevadme asimismo a pedir
limosna a la puente de madera, y apartadme entre los mendigos, que no me desestimaré
por verme sentado entre los que extienden la mano al socorro. Porque al que no le falte la
facultad de poder morirse, ¿qué le importa que le falte un pedazo de pan? Pues ¿qué
culpa hay en desear más aquella casa rica, que la miseria de la puente? Ponedme entre
alhajas resplandecientes y delicadas, que no por eso, ni porque mis vestidos sean más
suaves, ni porque en mis convites se pongan alfombras de púrpura me juzgaré más feliz,
ni al contrario me tendré por desdichado si reposare mi cansada cerviz sobre un manojo
de heno, o sobre lana circense, que se sale por las costuras de los viejos colchones. Pues
¿qué hay en esto? Que quiero más mostrar mi ánimo estando vestido con ropa pretexta,
que no con las espaldas desnudas. Para que todas las cosas me sucedan conformes a mis
deseos, vengan unos parabienes tras otros, que no por eso tendré más agrado de mí.
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Lucio Anneo Séneca Tratados morales
Múdese al contrario esta liberalidad del tiempo, y por una y otra parte sea combatido el
ánimo, ya con varios acometimientos, sin que haya un instante sin quejas; que no por eso,
metido entre miserias, me llamaré desdichado, ni maldeciré el día: porque yo tengo hecha
prevención para que ninguno me sea nublado. ¿Cómo ha de ser esto? Porque quiero más
templar los gozos que enfrenar los dolores. Diráte Sócrates estas razones: «Hazme
vencedor de todas las gentes y desde el nacimiento del Sol, hasta Tebas, me lleve
triunfante el delicado coche de Baco: pídanme leyes los reyes de Persia, que con todo
eso, cuando en todas partes me reverenciaren como a Dios, conoceré que soy hombre.»
Junta luego a esta grande altura una precipitada mudanza, diciendo: «Que he de ser
puesto en ajeno ataúd, habiéndome de despojar de la pompa de soberbio y fiero vencedor;
que no por eso iré más desconsolado, asido al ajeno coche, de lo que estuve en el mío;
pero tras todo eso deseo más vencer que ser cautivo. Yo despreciaré todo el reino de la
fortuna; pero si me dieren a escoger, elegiré lo mejor de él. Todo lo que en mi poder
entrare, se convertirá en bueno. Pero con todo eso, quiero venga lo más suave y más
deleitable, y lo que ha de dar menor vejación al que lo hubiere de pasar.» No juzgues que
hay alguna virtud sin trabajo, si bien hay algunas que necesitan de espuelas, y otras de
frenos: al modo que el cuerpo cuando baja algunas cuestas se ha de ir deteniendo, y
cuando las sube se ha de impeler; así hay unas virtudes que bajan las cuestas, y otras que
las suben. ¿Podráse dudar que suben, forcejean y luchan la paciencia, la fortaleza la
perseverancia, y cualquiera otra virtud de las que se opinen a las cosas ásperas y huellan
a la fortuna? Y por ventura, ¿no es igualmente manifiesto que caminan cuesta abajo la
liberalidad, la templanza y la mansedumbre? En éstas detenemos el ánimo para que no
caiga; en las otras le exhortamos e incitamos. Arrimaremos, pues, a la pobreza las
virtudes más valientes, y las que acometidas son más fuertes; y a la riqueza, las más
diligentes, y las que poniendo el paso deteniendo, sustentan su peso.
Capítulo XXVI
Hecha esta división, querría yo más para mí aquellas virtudes que puedo ejercitar con
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