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una jugada Dan se detuvo, cerró lalinterna y preguntó con
tono asombrado: ¡No encuentro a Tommy! -murmuró una
voz temblorosa, al par que se oían pisadas menuditas en el
pasillo.
-Es Medio-Brooke que habrá ido a buscarte. Corre,
Tommy, métete en la cama y calla -ordenó Dan haciendo
desaparecer toda señal de juerga y desnudándose
rápidamente. Nat le imitó.
Tommy se largó a su cuarto en dos brincos, se zambulló
en la cama y se echó a reír silenciosamente hasta que algo le
quemó la mano; entonces vio que aún conservaba entre los
dedos la punta del cigarro que fumaban cuando se
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interrumpió la fiesta. El cigarro estaba apagándose y el chico
se disponía a aplastarlo cuando oyó la voz de Hummel;
temiendo que la colilla lo delatase si la guardaba en el lecho,
la arrojó debajo, después de oprimirla mucho para que dejase
de arder.
Hummel entró con Medio-Brooke, que se asombró
viendo a Tommy reposando tranquilamente.
-Pues hace un momento no estaba aquí, porque yo me
levanté y no pude encontrarle por ninguna parte -exclamó
Medio-Brooke, pellizcando al fingido durmiente.
-¿Qué bromas son éstas? -preguntó Hummel,
zarandeando cariñosamente a Tommy. Este abrió los ojos y
murmuró muy tranquilo.
-Tuve que levantarme para hacer un encargo a Nat.
¿Quieres dejarme dormir en paz? ¡Tengo mucho sueño!
Hummel acostó y arrebujé a Medio-Brooke y dio una
vuelta por los dormitorios sin observar novedad, por lo cual
se retiró sin dar parte a mamá Bhaer, que estaba tan ocupada
como afligida, velando a Teddy.
Tommy, que efectivamente tenía mucho sueño, excusó el
contestar las preguntas de Medio-Brooke y se durmió
enseguida, sin sospechar lo que estaba ocurriendo bajo la
cama. La punta del cigarro no se apagó al caer; la lumbre
prendió la esterilla de junco, levantando una llamita que fue
corriendo hasta alcanzar los flecos de la colcha, las sábanas y,
en fin, el lecho y las cortinas. Tommy dormía profundamente
a causa de la cerveza ingerida; el humo tenía semi asfixiado a
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Medio-Brooke. Por último, al sentir el contacto del fuego, se
despertaron despavoridos.
Franz, al ir a acostarse, después de estudiar largo rato, olió
la chamusquina, corrió, sin llamar a nadie, al dormitorio, sacó
a los chicos de los incendiados lechos y empezó a arrojar
todo el agua que encontró a mano. Esto amortiguó algo las
llamas, pero no logró extinguirlas. Todos se levantaron
asustados y alborotando. Mamá Bhaer acudió en el acto;
Silas, con voz descomunal, gritaba: ¡fuego! . Una legión de
diablillos en paños menores llenó el salón, chillando y
Mamá Bhaer con gran serenidad, ordenó a Hummel que
curase a los heridos, y a Franz y a Silas que llevaran cubos de
agua para combatir el incendio.
Los pequeños se hallaban amedrentados y aturdidos. Sin
embargo, Dan y Emil trabajaron denodadamente acarreando
agua desde el cuarto de baño y arrojándola sobre esteras,
camas y cortinas.
Prontamente quedó conjurado el peligro, y la tropa
menuda recibió orden de retirarse a descansar mientras Silas
acababa de apagar las últimas chispas. Mamá Bhaer y Franz
fueron a visitar a los heridos. Medio-Brooke, a más del susto,
que fue enorme, sufría una quemadura sin importancia.
Tommy se había chamuscado el cabello y tenía en un brazo
una quemadura dolorosísima. Medio-Brooke se alivió al
poco rato. Franz le cedió su cama, lo consoló y lo estuvo
entreteniendo hasta que el chiquillo se durmió. Hummel
pasó la noche velando a Tommy, y mamá Bhaer se multiplicó
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para curar las anginas de Teddy y aplicar algodones
empapados en linimento a la quemadura de Tommy.
Por cierto que la buena señora murmuraba de vez en
cuando, con algo de satisfacción:
-Anuncié que Tommy pegaría fuego a la casa, y he
acertado. ¡Lo dije, lo dije y lo dije! ...
Cuando al día siguiente regresó el señor Bhaer encontró a
Tommy con un brazo estropeado; a Teddy respirando con
dificultad; a Medio-Brooke pálido y asustado; a tía Jo
convertida en enfermera y a los chicos muy excitados. Todos
lo rodearon y lo llevaron a ver los efectos del incendio.
Merced a las disposiciones de papá Bhaer, todo se
ordenó: los niños ayudaron activamente; se suspendieron las
clases de la mañana y, por la tarde, el dormitorio se hallaba
como si nada hubiese ocurrido.
Los heridos estaban mejor y entonces llegó el momento
de oír y juzgar a los pequeños culpables. Nat y Tommy
confesaron la parte del pecado que les correspondía, y se
mostraron afligidos por el grave peligro en que,
imprudentemente, habían puesto a la casa, y a cuanto en ella
había. Dan se negó a declarar y no quiso reconocer el daño
que había hecho.
Papá Bhaer aborrecía sañudamente el juego, la bebida y la
fea costumbre de jurar; nunca creyó que los muchachos se
atreviesen a fumar, y lo enojó mucho ver que precisamente el
niño con el cual se mostrara más condescendiente
aprovechaba su ausencia para sembrar vicios entre sus
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compañeros. La amonestación, tan extensa como razonada,
terminó con estas frases pronunciadas con firmeza y pesar:
-Tommy está suficientemente castigado con la cicatriz del
brazo, que le servirá para recuerdo del suceso; Nat tiene
bastante con el susto que ha llevado, y ya sé que deplora lo
ocurrido y procurará obedecerme; pero tú, Dan, no mereces
que de nuevo te perdone; no puedo consentir que me
desobedezcas y que perjudiques a tus compañeros con malos
ejemplos; despídete, pues, de todos y encarga a Hummel que
disponga tu equipaje en mi maletita negra.
-Señor, ¿a dónde irá Dan? -exclamó afligido Nat.
-A un sitio muy agradable, al cual mando a los niños que
no están bien aquí. El señor Page es persona cariñosa y Dan
si cumple como es debido, lo pasará perfectamente.
-¿No volverá a esta casa? ...
-Espero que sí; pero depende de su conducta.
Alejóse papá Bhaer para escribir al señor Page; los
muchachitos rodearon a Dan, mirándole como se mira al que
va a emprender largo viaje por regiones desconocidas.
-Desearía saber si estarás bien en tu nueva casa -insinuó
Jack.
-Si no estoy a gusto, me iré de ella -contestó
tranquilamente Dan.
-Si haces eso, ¿dónde vas a ir? -observó Nat.
-Me embarcaré o me marcharé a California -murmuró
Dan, con indiferencia tan grande que pasmó a los niños.
-No, no. Quédate con el señor Page, cumple bien y
vuelve con nosotros -balbuceó Nat apesadumbrado.
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-Ni me importa saber dónde voy, ni el tiempo que he de
estar; pero... ¡que me ahorquen si vuelvo por esta casa!
-gruñó Dan rabiosamente, saliendo a disponer su equipaje,
regalo de los señores Bhaer.
Este fue el único adiós que dio a los muchachos, porque
todos se hallaban hablando del asunto en el granero, cuando
Dan bajó y encargó a Nat que no avisara a nadie.
El ómnibus aguardaba en la puerta; Dan, entristecido y
como angustiado, se acercó al señor Bhaer, y preguntó:
-¿Puedo despedirme de Teddy? ...
-Sí; anda, ve y dale un beso; el pobrecito extrañará mucho
a su Danny.
Nadie vio la mirada de Dan cuando se detuvo ante la
cuna y se inclinó para acariciar al pequeñuelo. Mientras
besaba a Teddy, oyó a mamá Bhaer decir:
-Fritz, ¿no podríamos conceder un plazo a este
muchacho, para que se arrepienta y se enmiende?
-No, querida Jo; lo mejor es que vaya donde no pueda
dar mal ejemplo, y se corrija con ejemplos buenos; dejémosle
ir; te prometo que volverá.
-Es el único niño con que hemos fracasado y por eso me
aflijo más; siempre esperé que, a pesar de sus defectos,
haríamos de él un hombre de provecho.
Dan, oyendo a mamá Bhaer, pensó pedir un plazo para
demostrar su enmienda, mas el orgullo no se lo consintió.
Irguiendo la cabeza y con altiva mirada, cambió apretones de
manos sin pronunciar palabra, y se alejó en el coche con el
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señor Bhaer, mientras Nat y tía Jo, con los ojos llenos de
lágrimas, los veían irse.
Transcurridos algunos días, todos se alegraron al saber,
por carta del señor Page, que Dan se portaba
admirablemente. Pero tres semanas después llegó otra carta
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