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un frío mortal. Yo he visto Deimos y Fobos de noche únicamente dos veces, en ambas
ocasiones sin interés por mi parte, y estaba tan ocupada tratando de no morir congelada
que no podía pensar precisamente en las «hermosas lunas».
En lo referente a las naves, este folleto de propaganda es meticulosamente exacto y, a
la vez, completamente falso. ¡Oh, el «Tricornio» es un palacio!, eso lo admito. Realmente
es un milagro de la ingeniería que algo tan enorme, tan lujoso, tan fantásticamente
adaptado a la salud y confort de los seres humanos sea capaz de verse arrojado -perdón
por la palabra- al espacio.
Pero, en cuanto a las fotos... Ya saben a las que me refiero: esas a todo color y en
relieve en las que aparecen grupos de hermosos jóvenes de ambos sexos charlando o
jugando en el salón de fumadores, bailando alegremente en el salón o contemplando «el
camarote típico».
Lo del «camarote típico» no es que sea falso, no. Lo único que ocurre sencillamente es
que ha sido fotografiado desde cierto ángulo y con determinadas lentes que le hacen
parecer al menos dos veces más grande de lo que es. En cuanto a esos jóvenes
hermosos y divertidos, desde luego no van en el mismo viaje que yo. Supongo que son
modelos profesionales.
En este viaje del «Tricornio» los pasajeros jóvenes y hermosos como los de las
fotografías pueden contarse con los pulgares de una mano. El pasajero típico que
llevamos es una bisabuela, ciudadana de la Tierra, viuda y rica, que hace su primer viaje
al espacio (y probablemente el último, pues no está muy segura de que le guste).
Francamente, no exagero; nuestros pasajeros parecen refugiados de una clínica
geriátrica Y no es que yo desdeñe a los viejos, ni a la vejez. Comprendo que es un estado
que también yo alcanzaré algún día si sigo inspirando y exhalando las veces suficientes
(digamos novecientos millones de veces más, sin contar el ejercicio pesado). La vejez
puede ser un estado encantador, y si no miren al tío Tom. Pero no es ninguna
consecución meritoria; es algo que le sucede a uno a pesar de si mismo, como caerse por
unas escaleras. Y debo añadir que ya me estoy hartando de que se trate a la juventud
como si fuera una ofensa digna de castigo.
El pasajero típico del sexo masculino en este viaje es del mismo tipo, sólo que no
necesariamente tan numeroso. Difiere de la mujer en que, en vez de mirarme de arriba
abajo, se siente inclinado en ocasiones a darme unos golpecitos con aire paternal que yo
no encuentro paternal ni me gusta, y que evito en todo lo humanamente posible sin
conseguir por ello que dejen de hablar y meterse conmigo.
Supongo que no debería sorprenderme al descubrir que el «Tricornio» es como un
asilo de ancianos de superlujo, pero no me importa admitirlo, mi experiencia es aún
limitada y la verdad es que no conocía ciertos hechos económicos de la vida.
El «Tricornio» es caro. Es muy caro. Clark y yo no podríamos haber viajado jamás en él
de no ser porque tío Tom le torció el brazo al doctor Schoenstein en beneficio nuestro.
supongo que tío Tom puede permitírselo, pues por la edad, no por temperamento, encaja
en la categoría antes definida.
Pero papá y mamá se habían propuesto que viajáramos en el «Wanderlust», un barco
de carga más económico. Mis padres no son pobres, pero tampoco son ricos, y cuando
terminen de criar y educar a cinco niños no es probable que lleguen a serlo en toda su
vida.
¿Quién puede permitirse viajar en las naves de lujo? Respuesta: las viudas viejas y
ricas, los matrimonios jubilados y ricos, los ejecutivos bien pagados cuyo tiempo es tan
valioso que sus corporaciones los envían con gusto por las naves más rápidas, y alguna
rara excepción de otro tipo.
Clark y yo somos esa rara excepción. Y sólo hay otra más en la nave: la señorita...
bueno, la llamaré señorita Girdie Fitz Snugglie, porque si le diera su verdadero nombre y,
por pura casualidad, alguien leyera esto alguna vez, podría reconocerla fácilmente. Yo
creo que Girdie es una buena chica y no me importa lo que digan los cotillas de la nave.
No se muestra celosa de mí, aunque parece ser que los oficiales jóvenes de la nave eran
todos de su propiedad personal hasta que subí a bordo. Yo he recortado un poquito su
monopolio pero no es rencorosa; me trata afectuosamente de mujer a mujer y he
aprendido bastante de la vida y de los hombres con ella; mucho más de lo que mi madre
me enseñó nunca.
(A lo mejor mamá es algo ingenua en lo que se refiere a ciertos temas que Girdie
conoce mejor. Una mujer que trabaja como ingeniero y que se empeña en vencer a los
hombres en su propio terreno, tal vez haya tenido una vida social bastante limitada, ¿no
creen? Debo considerar esto muy en serio porque es posible que tal vez llegue a ocurrirle
lo mismo a una piloto espacial, y no es parte de mi plan maestro acabar convertida en una
solterona amargada.)
Girdie me dobla la edad, poco más o menos, lo que la hace terriblemente joven con
respecto al resto de los viajeros, aunque, después de mirarme a mí, tal vez se le vean
unas arruguitas en torno a los ojos. Pero esto tiene su contrapartida: tal vez mi aspecto
tan infantil haga que ella, más madura, parezca a los hombres una Helena de Troya. Sea
como sea, lo cierto es que mi presencia ha venido a aliviar su tensión, pues ahora ya son
dos, y no uno solo, los blancos para las murmuraciones.
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