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se dejó caer en la silla del tocador. Por primera vez se alegraba de no haber tenido
hijos. Habría sido un desastre como madre. Tal vez había sido una tontería pretender
que se hicieran amigas enseguida, pero no entendía por qué la niña la odiaba tanto.
No podía ser sólo por el asunto de Stuart Drake, aunque él era un obstáculo
importante. Susan discutía con ella por todo, desde el tacón de los zapatos hasta la
mejor hora para pasear por el parque se convertían en motivo de disputa, y Charlotte
ya no sabía qué hacer. No podía dejarla que hiciera lo que quisiera, pero le dolía
profundamente discutir con la muchacha todo el tiempo.
Al verse en el espejo, suspiró. Ni siquiera tenía aspecto maternal. Tenía la piel
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todavía dorada por el sol italiano y el rostro bien maquillado. Los rizos caían
desordenados como tanto le gustaba a Piero; solía decir que eran más atractivos que
los prolijos bucles de las inglesas. Y su vestido... siempre le habían gustado los
colores brillantes. Charlotte se dio cuenta, pasmada, de que parecía una cortesana
cara. Lo que en Milán resultaba audaz y elegante se veía ordinario e indiscreto en
Inglaterra. Con razón estaba fracasando tan estrepitosamente. Ocultó la cabeza entre
las manos y entonó una silenciosa plegaría pidiéndole perdón a George porque sus
esfuerzos por criar a su hija como él habría querido eran insuficientes.
Podía mejorar. Iba a hacerlo. George le había confiado a su amada hija y ella no
podía fallarle. Su hermano era la única persona que no la había condenado cuando su
juvenil indiscreción terminó en un escándalo. Cuando su padre la echó por su
comportamiento, él se preocupó por ponerla a salvo en un barco decente y le dijo que
la extrañaría. Ella no esperaba que él la salvara tenía una esposa y una hija a
quienes cuidar , pero fue la única persona que comprendió el terror de una
muchacha que con apenas diecisiete años era arrojada al mundo sola. Y todos los
años en el extranjero, George le había escrito, y una o dos veces por año se las había
ingeniado para encontrarla, donde fuera que ella estuviese.
Charlotte se quitó las peinetas y las alhajas y se puso su bata carmesí. Era hora de
aparentar su edad, o por lo menos de vestirse de acuerdo con ella, estaba
acostumbrada a ser el foco de atención, en especial de los hombres, pero había
llegado el momento de asumir el lugar que le correspondía, con las señoras.
A la mañana siguiente, se lavó el rostro, pero lo dejó al natural, se recogió el
cabello en un rodete y se puso su vestido más sencillo. Era de un color bronce oscuro,
algo extravagante, pero era el más sencillo que tenía. Pasó una mano melancólica por
las brillantes sedas y muselinas, cerró la puerta del guardarropa y bajó a desayunar.
Lucia la miró.
¿Qué pasó? ¿Murió alguien?
No. ¿Por qué?
Te ves horrible. ¿Se te terminó el lápiz labial?
Charlotte levantó su taza de café.
Las damas inglesas no usan tantos cosméticos, así que decidí que yo tampoco lo
haría.
Entonces no viste a la señora Fitzhugh anoche. Creo que empleó una espátula
para aplicárselo. Las inglesas usan cosméticos, sólo que lo hacen mal.
De todas maneras, renuncio a los cosméticos en aras de un estilo más digno. Ya
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no soy una jovencita.
Razón de más para usarlos concluyó Lucia en voz baja . Sin maquillaje
pareces tan ladeó la cabeza, con una mueca bucólica.
Charlotte le dirigió una mirada de furia.
¿Susan todavía no bajó?
No tengo idea. A mí no me habla.
Suspiró. Naturalmente, la muchacha envidiaba a Lucia, pues hacía todo lo que le
venía en gana. Cuando la invitó a pasar una temporada con ellas, Charlotte nunca
pensó en la mala influencia que su amiga podría ejercer sobre su sobrina.
Seguirá durmiendo. Anoche tuvimos otra discusión.
Es difícil no discutir con ella. Esa niña es una malcriada.
Está en una edad difícil y en circunstancias difíciles.
Su padre la habría castigado, tú lo sabes. Tienes miedo de que no te quiera si
eres severa con ella.
Le ordené que se mantuviera alejada del señor Drake, ¿o no?
Pues no ha servido demasiado. Lucia se puso de pie . Esta mañana iré a la
biblioteca. ¿Qué libro querrías?
¿A la biblioteca? preguntó pasmada.
Sí sonrió, tímida . Un joven que conocí anoche se ofreció a leerme poesía allí.
Esas son las aventuras que tengo cuando me abandonas con los ingleses.
Que lo disfrutes. Yo esperaré a Susan. Lucia se fue y Charlotte terminó el
desayuno en silencio. Claro que deseaba que su sobrina la quisiera, y claro que no
quería ser demasiado severa con ella. No quería ser tan estricta como había sido su
padre, porque creía que si él hubiera confiado más en ella, se habría comportado
mejor. Pero no podía permitir que Susan hiciera cualquier cosa y arruinara su
reputación, era demasiado joven para entender lo que hacía. Tal vez, si se lo
explicaba de manera sencilla, lograría comprenderlo.
Esperó toda la mañana, pero Susan no bajó. La hora del almuerzo llegó y pasó, y
aún no había aparecido. Charlotte se armó de valor y golpeó a la puerta del
dormitorio. No hubo respuesta. Una hora más tarde tampoco hubo respuesta, y
volvió a golpear.
Susan, por favor, sal de allí. Del otro lado, seguía el silencio . Entonces voy a
entrar.
La habitación estaba vacía. La mirada atónita de Charlotte fue de la ventana
abierta a la cama sin deshacer. Furiosa, llamó a la criada de Susan, que acudió
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corriendo, con los ojos muy abiertos.
¿Dónde está la señorita Tratter? Charlotte abrió las cortinas. Un enrejado
fijaba la enredadera contra la pared; no era una distancia difícil de sortear para una
persona joven y ágil.
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