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ense�ado que Dios existe, los cuales, a su vez con harta frecuencia, tampoco creen en �l. Los que sin
pasión de �nimo, sin congoja, sin incertidumbre, sin duda, sin la desesperación en el consuelo, creen creer
en Dios, no creen sino en la idea de Dios, mas no en Dios mismo. Y as� como se cree en �l por amor,
puede tambi�n creerse por temor, y hasta por odio, como cre�a en �l aquel ladrón Vanni Fucci, a quien el
Dante hace insultarle con torpes gestos desde el Infierno (Inf., XXV, I, 3). Que tambi�n los demonios creen
en Dios y muchos ateos.
�No es acaso una manera de creer en �l esa furia con que le niegan y hasta le insultan los que no quieren
que le haya, ya que no logran creer en �l? Quieren que exista como lo quieren los creyentes; pero siendo
hombres d�biles y pasivos o malvados, en quienes la razón puede m�s que la voluntad, se sienten
arrastrados por aquella, bien a su �ntimo pesar, y se desesperan y niegan por desesperación, y al negar,
afirman y creen lo que niegan, y Dios se revela en ellos, afirm�ndose por la negación de s� mismo.
Mas a todo esto se me dir� que ense�ar que el tal objeto no lo es sino para la fe, que carece de realidad
objetiva fuera de la fe misma; como por otra parte, sostener que le hace falta la fe para contener o para
consolar al pueblo, es declarar ilusorio el objetivo de la fe. Y lo cierto es que creer en Dios es hoy, ante
todo y sobre todo, para los creyentes intelectuales, querer que Dios exista. Querer que exista Dios, y
conducirse y sentir como si existiera. Y por este cambio de querer su existencia, y obrar conforme a tal
deseo, es como creamos a Dios, esto es, como Dios se crea en nosotros, como se nos manifiesta, se abre y
se revela a nosotros. Porque Dios sale al encuentro de quien le busca con amor y por amor, y se hurta de
quien le inquiere por fr�a razón, no amoroso. Quiere Dios que el corazón descanse, pero que no descanse la
cabeza, ya que en la vida f�sica duerme y descansa a veces la cabeza, y vela y trabaja arreo el corazón. Y
as�, la ciencia sin amor nos aparta de Dios, y el amor, aun sin ciencia y acaso mejor sin ella, nos lleva a
Dios; y por Dios a la sabidur�a. �Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos ver�n a Dios!
Y si se me preguntara cómo creo en Dios, es decir, cómo Dios se crea en m� mismo y se me revela,
tendr� acaso que hacer sonre�r, re�r o escandalizarse tal vez al que se lo diga.
Creo en Dios como creo en mis amigos, por sentir el aliento de su cari�o y su mano invisible e intangible
que me trae y me lleva y me estruja, por tener �ntima conciencia de una providencia particular y de una
mente universal que me traba mi propio destino. Y el concepto de la ley -�concepto al cabo!- nada me dice
ni me ense�a.
Una y otra vez durante mi vida heme visto en trance de suspensión sobre el abismo; una y otra vez heme
encontrado sobre encrucijadas en que se me abr�a un haz de senderos, tomando uno de los cuales
renunciaba a los dem�s, pues que los caminos de la vida son irreversibles, y una vez y otra vez en tales
�nicos momentos he sentido el empuje de una fuerza consciente soberana y amorosa. Y �bresele a uno la
senda del Se�or.
Puede uno sentir que el Universo le llama y le gu�a como una persona a otra, o�r en su interior su voz sin
palabras que le dice: �Ve y predica a los pueblos todos! �Cómo sab�is que un hombre que se os est� delante
tiene una conciencia como vosotros, y que tambi�n la tiene, m�s o menos oscura un animal y no una
piedra? Por la manera como el hombre, a modo de hombre, a vuestra semejanza, se conduce con vosotros,
y la manera como la piedra no se conduce para con vosotros, sino que sufre vuestra conducta. Pues as� es
como creo que el Universo tiene una cierta conciencia como yo, por la manera como se conduce conmigo
humanamente, y siento que una personalidad me envuelve.
Ah� est� una masa informe; parece una especie de animal, no se le distinguen miembros; sólo veo dos
ojos, y ojos que me miran con mirada humana, de semejante, mirada que me pide compasión, y oigo que
respira. Y concluyo que en aquella masa informe hay una conciencia. Y as�, y no de otro modo, mira al
creyente el cielo estrellado, con mirada sobrehumana, divina, que le pide suprema compasión y amor
supremo y oye en la noche serena la respiración de Dios que le toca el cogollo del corazón, y se revela a �l.
Es el Universo que vive, ama y pide amor.
De amar estas cosillas de tomo que se nos van como se nos vinieron sin tenernos apego alguno, pasamos
a amar las cosas m�s permanentes y que no pueden agarrarse con las manos; de amar los bienes pasamos a
amar el Bien; de las cosas bellas, a la Belleza; de lo verdadero, a la Verdad; de amar los goces, a amar la
Felicidad, y, por �ltimo, a amar al Amor. Se sale uno de s� mismo para adentrarse m�s en su Yo supremo;
la conciencia individual se nos sale a sumergirse en la Conciencia total de que forma parte, pero sin
disolverse en ella. Y Dios no es sino el Amor que surge del dolor universal y se hace conciencia.
Aun esto, se dir�, es moverse en un cerco de hierro, y tal Dios no es objetivo. Y aqu� convendr�a darle a
la razón su parte y examinar qu� sea eso de que algo existe, es objetivo.
�Qu� es, en efecto, existir, y cu�ndo decimos que una cosa existe? Existir es ponerse algo de tal modo
fuera de nosotros, que precediera a nuestra percepción de ello y pueda subsistir fuera cuando
desaparezcamos. �Y estoy acaso seguro de que algo me precediera o de que algo me ha de sobrevivir? [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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