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dicen que son pacíficos y que no les gusta matar ni hacer la guerra. Así que hagamos que
lo demuestren. Vamos allí. Tendrán que darnos de comer o estiraremos la pata. Si no
tienen alimentos que nosotros podamos comer... entonces tendrán que sacarnos del
planeta lo antes posible.
- Ese plan es tan estúpido que podría funcionar - dijo el capitán Bly, roncamente a
través de su boca pastosa.
- Yo digo que no... y yo soy el almirante. Nada de rendirse. Excepto como último
recurso. ¿Existe algún otro sitio al que podamos ir en este planeta desierto?
- Bueno - dijo el dragón. Todos los ojos se posaron en él; se los sacudió de encima -.
Recuerdo una historia que nos contaba el viejo dragón cuando nos sentábamos en torno
a una hoguera para asar tuercas y tornillos. Nos hablaba de la verde meseta que
visitamos recientemente, y de las repulsivas formas de vida que la infestaban. Pero
también nos hablaba de otra meseta, del mismo monstruoso tono de verde, que está a
casi un día de viaje más allá de la primera. Pero allí acechan Tremendos Peligros; y
también el Mal.
- ¿Dijo eso? ¿Tremendos Peligros y el Mal?
- Pseh. Exactamente así. Y si creen que es fácil hablar con mayúsculas, inténtenlo
alguna vez.
- No, gracias - dijo Praktis -. Sólo quiero asegurarme de un detalle. ¿Dijo que era
verde?
Verde como el ojo de un dragón en celo.
- Interesante comparación. Fantástico. Vamos allá.
- ¿Y qué hay de los Tremendos Peligros y el Mal? - protestó Bill -. No suena demasiado
bien.
- ¿Y qué es lo que suena bien? Limítese a acatar órdenes, soldado. La primera orden
es que se calle. Bien, nos marchamos ya. Será un viaje movidito, así que el que no haya
ido, que vaya ahora. No quiero tener que hacer ninguna parada de necesidad. ¡Ale-hop!
Mientras estaban subiendo a bordo, una voz repulsivamente familiar, dijo:
- ¡Ese dragón! Quiero hablar contigo.
Los porteadores del palanquín habían sacado al exterior, trotando, el palanquín con
Zots a bordo.
- Si, señor - dijo el dragón, mirando hacia atrás para comprobar que todos los pasajeros
estuvieran a salvo.
- Sacúdete inmediatamente de encima a esos viscosos de otro planeta... es una orden.
Todo esto no me gusta nada.
- Oh, señor, espero que esto le guste más.
Y diciendo esto, el dragón expulsó una lengua de fuego que fundió instantáneamente a
los porteadores y el palanquín. Sólo Zots, al ser chapado en oro, sobrevivió; chilló con
ardor y corrió a ponerse a salvo mientras el dragón encendía sus calderas.
- ¡Arriba y fuera de aquí! - canturreó a la tirolesa y se lanzó al aire.
Te estamos profundamente agradecidos por el auxilio que nos has prestado - dijo Meta.
- No lo tengan en cuenta. Desde que salí del huevo se me enseñó a odiar a Zots y
«compañía». Puede que sea un buen tipo...
- ¡Es un cabeza de fiambre metálico!
- Mejor. Uno disfruta cuando sus prejuicios resultan ser correctos. Bueno... hermoso día
para volar. Próxima parada, la meseta del misterio.
- Y describe un amplio rodeo cuando pasemos por la otra meseta - dijo Bill -. Recuerda
lo que ocurrió en la otra ocasión.
- ¿Cómo podría olvidarlo? El ala nueva aún no está del todo en forma.
Alimentado por el petróleo rico en octano, el dragón voló durante toda la noche. Nadie
durmió, especialmente el dragón, por razones obvias, y fue un legañoso grupo el que
saludó al sol naciente. Parpadearon a la luz del astro, y al fondo, mortalmente lejos,
asomó una meseta en la aridez del desierto.
- Lo hemos conseguido - dijo Bill con ronquera.
- No del todo - replicó el dragón bostezando y soplando una pequeña bola de fuego -.
Voy a ganar un poco de altura por si acaso allí también hay gatillos alegres.
Subieron describiendo círculos cada vez más elevados antes de que el dragón se
aventurara al interior de la meseta.
- Volcanes humeantes - dijo Praktis -. Mantente lejos de ellos.
- De momento, si usted insiste. ¡Pero me encanta la lava! Vacilantes llamas, humeantes
fumarolas. Eso es lo mío. Y eso de ahí abajo parece ser lo vuestro. ¿Es eso una guerra
en plena actividad?
Praktis se levantó el parche del ojo y la lente de su ojo telescópico salió produciendo un
chirrido.
- Muy interesante. Parece haber una estructura de algún tipo, tiene aspecto de castillo,
fuertemente defendido porque está siendo fuertemente atacado. Los detalles no se ven
muy claros desde esta altura, pero parece que van empatados. Llévanos ahí abajo,
dragón.
- A la guerra, no - gimió Bill.
- No, cabeza vacía, no a la guerra; pero cerca de ella. Allí, poderoso corcel. ¿Ves esa
colina cubierta de árboles? Desciende al otro lado, fuera de la vista de los atacantes.
Desde allí podremos hacer un reconocimiento.
Con los miembros paralizados a causa del largo vuelo, tan sólo pudieron deslizarse al
suelo y yacer sobre éste, pataleando débilmente como escarabajos panza arriba.
- Espero que hayan disfrutado del viaje - dijo el dragón.
- Fantástico. Maravilloso. Guau - jadearon todos.
- Qué bien. Voy a dejarles aquí, porque guerrear con viscosos no me enrolla. Hasta
luego.
Saludaron débilmente con la mano cuando las alas lanzaron al aire su fiera carga.
Rugió un saludo de despedida y sobre las laxas figuras humanas cayó una fina lluvia de
hollín.
Bill fue el primero en moverse, poniéndose en pie y gimiendo a causa del esfuerzo.
Estaban en un herboso calvero al otro lado del cual discurría un alegre arroyuelo.
- Voy a echar un trago al alegre arroyuelo - dijo, y se alejó tambaleándose.
En cuanto fueron capaces de moverse, los otros se reunieron con él y todos se
tendieron en la orilla, sorbiendo ruidosamente y tragando como locos. Una vez repuestos,
se sentaron y comenzaron a examinar su nuevo hogar. Los pájaros cantaban, las abejas
zumbaban, las flores abrían sus frescas corolas a la brisa y el almirante ladraba órdenes.
- Usted, teniente, eche un vistazo al otro lado de la colina e informe lo antes posible. El
resto de ustedes explore los alrededores en busca de frutas, bayas y cosas comestibles.
Y recuerden que comérselas será una ofensa digna de un tribunal militar. Toda la comida
tiene que serme traída para analizarla.
- Puede que lo hagamos - murmuró malignamente Meta, y el resto asintió.
Se dispersaron por los alrededores mientras Bill se abría camino a través de la maleza,
colina arriba, hasta poder ver lo que ocurría al otro lado. Se refugió bajo un arbusto que
resultó ser una zarzamora, por lo que se lo pasó muy bien, observando y ronzando.
Cuando hubo comido hasta reventar, cogió otra mora para el almirante y descendió por la
colina.
Los otros habían regresado antes que él y el almirante estaba echándoles una bronca.
- ¡Han traído sólo una pieza de fruta cada uno! ¿Me toman por un idiota? No respondan
a eso. Y usted, teniente, ¿qué tiene para mí?
- ¡Una mora! - Se la entregó a Praktis, el cual espumajeó de ira.
- ¡Una mora! Y una cara enguarrada de azul - dijo, mirándole con ferocidad pero, aun
así, echándose la mora a la boca y masticándola -. Informe. ¿Qué pasa en el otro lado?
- La cosa es así, señor - dijo Bill, eructando púrpura; la feroz mirada del capitán se
convirtió en un par de agujeros -. El castillo que vimos cuando bajábamos está
completamente rodeado por los atacantes, según pude ver. El puente levadizo está
levantado, y de vez en cuando le tiran aceite hirviendo al ejército situado al pie de la
muralla. Hay muchos gritos y precipitación, pero no parecen tener ninguna prisa.
- ¿Qué tipo de arma de fuego utilizan?
- Esa es la parte divertida. No tienen arma de fuego alguna. Hay grandes máquinas de
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