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cerradura del secreter. Era dif�cil apartar los ojos del oscuro frente de caoba si reflexionaba que un simple panel
me separaba de la meta de mis esperanzas, pero record� mi prudencia y con un esfuerzo me desped� de la
se�orita Bordereau. Para dar gracia a mi esfuerzo le dije que sin duda le traer�a una opinión sobre el peque�o
retrato.
-�El peque�o retrato? -preguntó la se�orita Tita, sorprendida.
-�T� qu� sabes de eso, querida m�a? -preguntó la anciana-. No hace falta que te ocupes de eso. Yo he fijado mi
precio.
-�Y cu�l podr�a ser?
-Mil libras.
-�Ah, Se�or! -exclamó la pobre Tita, irreprimiblemente.
-�Es eso de lo que ella le habla a usted? -dijo la se�orita Bordereau.
-�Imag�nese: su t�a quiere saberlo!
Tuve que separarme de la se�orita Tita con esas palabras sólo, aunque me habr�a gustado enormemente a�adir:
��Por lo m�s sagrado, v�ngame a ver esta noche al jard�n!�
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Seg�n resultó, no hac�a falta tal cosa, pues tres horas despu�s, cuando hab�a terminado de cenar, apareció la
sobrina de la se�orita Bordereau, sin hacerse anunciar, en la puerta abierta del cuarto donde me serv�an mis
sencillas comidas. Recuerdo bien que no sent� sorpresa al verla, lo que no es prueba de que no creyera en su
timidez. Esta era inmensa, pero en un caso en que hubiera particular motivo para la osad�a, jam�s la habr�a
impedido correr a mis habitaciones. Vi que ahora estaba muy llena de una razón especial, que la impulsaba
adelante, y la hizo agarrarme del brazo, cuando me levant� a recibirla.
-�Mi t�a est� muy mal; creo que se muere!
-Jam�s -respond�, con amargura-, �no tenga miedo!
-Vaya a buscar un m�dico, �vaya, vaya! Olimpia ha ido a buscar al que tenemos siempre, pero no vuelve: no s�
qu� le ha pasado. Le dije que si no estaba en casa, que fuera a buscarle donde estuviera, pero por lo visto le est�
siguiendo por toda Venecia. No s� qu� hacer; parece como si se estuviera hundiendo.
-�Puedo verla, puedo juzgar? -pregunt�-. Por supuesto que me encantar� traer un m�dico, pero, �no ser�a mejor
que fuera mi criado, para que yo me quede con ustedes?
La se�orita Tita asintió a eso y despach� a mi criado a buscar al mejor m�dico de por all�. Yo me apresur�
escaleras abajo con ella, y por el camino me dijo que una hora despu�s que las dej�, por la tarde, la se�orita
Bordereau hab�a tenido un ataque de �opresión� una terrible dificultad para respirar. Eso hab�a disminuido,
pero la hab�a dejado tan agotada que no pod�a recobrarse; parec�a completamente agotada. Repet� que no se
hab�a acabado, que todav�a no se acabar�a, ante lo cual la se�orita Tita me lanzó una mirada de soslayo m�s
brusca que nunca y dijo:
-Realmente, �qu� quiere decir? �Supongo que no la acusar� de fingir!
No recuerdo qu� respuesta di a esto, pero confieso que en mi corazón pens� que la anciana era capaz de
cualquier maniobra extra�a. La se�orita Tita quer�a saber qu� le hab�a hecho yo; su t�a le hab�a dicho que la
hab�a irritado mucho. Declar� que nada: hab�a tenido mucho cuidado, a lo que mi acompa�ante replicó que la
se�orita Bordereau le hab�a asegurado que hab�a tenido conmigo una escena, una escena que la hab�a
transtornado. Contest� un tanto ofendido que la escena la hab�a hecho ella; que no pod�a imaginar por qu�
estaba irritada conmigo, a no ser porque no ve�a yo cómo darle mil libras por el retrato de Jeffrey Aspern.
-�Y se lo ense�ó a usted? �Ah, v�lgame Dios! -gimió la se�orita Tita, que parec�a sentir que la situación se
escapaba a su dominio y que los elementos de su destino empezaban a apretarse a su alrededor. Dije que yo
dar�a cualquier cosa por poseerlo, sólo que no ten�a mil libras, pero me detuve cuando llegu� al cuarto de la
se�orita Bordereau. Sent�a una inmensa curiosidad por entrar, pero me cre� obligado a indicar a la se�orita Tita
que, si yo irritaba a la inv�lida, quiz� ella preferir�a no tener que verme.
-�Verle a usted? �Cree que puede ver? -preguntó mi acompa�ante, casi con indignación. Yo lo cre�a as�, pero
no quise decirlo, y segu� suavemente a mi gu�a.
Recuerdo que lo que le dije cuando me qued� un momento parado junto a la anciana fue:
-Entonces, �ella no le ense�a nunca los ojos a usted? No los ha visto nunca?
A la se�orita Bordereau la hab�an despojado de su velo verde, pero (no tuve la fortuna de observar a Juliana en
gorro de dormir) la mitad superior de su cara estaba cubierta por un trozo de ajada muselina como de encaje,
una especie de capucha improvisada que, ce�ida en torno a la cabeza, bajaba hasta el final de la nariz, no
dejando visibles m�s que sus blancas mejillas marchitas y su boca arrugada, cerrada fuerte, casi como
conscientemente. La se�orita Tita me lanzó una mirada de sorpresa, evidentemente no viendo razón para mi
inquietud.
-�Pregunta si siempre lleva algo puesto? Lo hace para preservarlos.
-�Porque son muy hermosos?
-�Ah, hoy d�a, hoy d�a! -Y la se�orita Tita movió la cabeza, hablando muy bajo-. �Pero eran magn�ficos!
-S�, desde luego, tenemos la palabra de Aspern de que era as�.
Y al volver a mirar los envoltorios de la anciana, pude imaginar que ella no hab�a deseado permitir a la gente [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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